lunes, 17 de diciembre de 2007

El viejito en la esquina

La semana pasada fui a cobrar mis cheques de fin de año (las dos quincenas de diciembre, aguinaldo, etc). He estado postergando ir al banco a depositarlos por temor a las hordas en las calles y en los bancos. En la universidad dan la opción a los académicos a depositar la quincena directamente en una cuenta bancaria, pero no la he tomado. No confío en los bancos y no me interesa enriquecerlos al tener mi dinero ni un sólo día en sus cofres. Así que, siempre voy y hago cola y siempre llevo un libro para pasar el tiempo. Hoy llevé La poética del espacio de Gaston Bachelard. Es un libro lleno de "sudden saliences" (no sé cómo traducirlo). Me encanta.

Por fin me tocó. Cobré los cheques y salí del banco con un rollo de dinero en el bosillo. Fui caminando lento por Xalapeños Ilustres, fumando un cigarro, contemplando la prisa de la gente. Observé dos palomas en un alero. Creo que ellas me observaban a la vez. Me observaban llegar a la esquina donde un viejo se agachaba junto a una pared. Su cabeza se inclinaba sobre el pecho y su sombrero ocultaba sus ojos. Su mano, de piel morena y arrugada, estaba extendida. Formaba un pequeño receptaculo. Las palomas observaban cómo metía yo la mano en mi bolsillo, buscando una moneda. No tenía ni un centavo, pero en el otro bosillo tenía mucho dinero, muchos billetes enrollados con una liga. Me paré un instante, pensé en ese rollo, en la facilidad con la que podría sacar uno de esos billetes de 100 pesos, pensé en el impacto que tendría en la vida de ese señor comparado con el impacto que tendría en la mía. Pensé en el anonimato de su vida, desaperbicida aquí abajo de la mirada de los demás, y también pensé en los ilustres xalapeños conmemorados en el nombre de esta calle y en este viejo agachado que es un lastre para la sociedad: ilustre/lastre, del uno al otro con un solo paso. Estuve ahí parado durante sólo un instante pensando en todas esas cosas y en el siguiente instante seguía mi camino. Crucé la calle y me perdí poco a poco en el mar humano que ondulaba ahí en el centro. Las palomas fueron los unos testigos de esa momentanea indecisión, esa breve ruptura en el regocijo colectivo navideño.

Llegué al coche. En el mismo bolsillo donde había buscado la moneda saqué las llaves. Agarré la del coche y la metí para abrir la puerta. En ese momento vi mi reflejo en el cristal de la puerta. Se me vino a la mente una frase de la Biblia. En inglés dice: "There but for the grace of God go I." Suena muy poética, lírica y siempre me impacta al escucharla, como si alguien me echara agua fría. Traducida sería (muy unpoéticamente) algo así como "Ahí por la gracia de Dios voy yo." No soy cristiano pero no hace falta que lo sea para sentir la profunda verdad de esa frase. Saqué la llave y empecé a caminar de regreso al viejo.

En el camino pensé en los argumentos en contra de dar monedas a gente en la calle: es paternalista; sólo las mantiene en su situación de pobreza; siempre hay otro pobre que necesita dinero y no puedes dar a todos; dar una moneda a uno o dos o tres no va a resolver el problema de la pobreza; sólo lo haces para razones egoístas, para no sentirte mal o para sentirte bien después. En ese momento estas razones no me detenían, simplemente no tenían impacto en mi decisión de darle algo a ese señor. Pero ahora que escribo esto y reflexiono sobre lo que me pasó me he dado cuenta de algo. Quizá en alguna medida regresaba con ese viejo por razones éticas, porque era lo correcto, etc., pero me doy cuenta que una fuerte razón era estética. Es que no aguantaba el reflejo de mi cara en el cristal del coche. Veía ahí el Retrato de Dorian Gray, mi imagen, las desfiguración, la corrupción. Me dio asco ver esa imagen y luego ver a mi alrededor y ver la misma corrupción en las miradas de los que me pasaban, de los que pasaban el viejito en la esquina. Me di cuenta que, en alguna medida, regresaba a la esquina para que pudiera distinguirme de las masas que me rodeaba.

¿Es bueno o malo eso? No sé. Lo que sí sé es que cuando llegué a la esquina el viejito ya no estaba, y las palomas, quizá sus ángeles guardianes, se habían volado.

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