martes, 18 de diciembre de 2007

Una catedral del pensamiento

Hoy me habló mi editor del Fondo de Cultura Económica. Quieren contratarme para traducir al castellano el segundo volumen del Essential Peirce, una colección de los escritos más importantes de C. S. Peirce. Ya traduje el primer volumen; saldrá ahora en 2008. Y están interesados en que escriba un libro de introducción a su pensamiento (en eso estoy). Me dio mucho gusto recibir esa llamada y saber que están comprometidos en difundir el pensamiento de Peirce (bueno, a fin de cuentas están interesados en ganar dinero, verdad, pero bueno). Acepté la oferta y firmaré el contrato dentro de poco, a pesar de la opinión de la academia mexicana.

Es que durante varios años he sido miembro de lo que se llama el Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Es parte de Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y se creó para reconocer y premiar económicamente a investigadores, doctores en su campo, que activamente investigan y publican en revistas nacionales e internacionales. El nombramiento dura 4 años al cabo de los cuales hay que renovar la membresía con constancias de tu producción científica. Me tocó renovar hace poco y no quedé. Me echaron del SNI, me corrieron!! Cuando me llegaron las noticias me afectaron mucho, fue como una bofetada, pero ahora puedo reírme. Entre la dirección del Instituto de Filosofía durante los últimos 4 años y la traducción de los escritos de Peirce, no publiqué lo suficiente para ellos. En su dictamen decían que la traducción tiene su importancia pero que debería dedicarme a mi propia investigación. Entiendo su punto de vista pero discrepo en eso de la traducción. No menosprecio para nada mi capacidad de investigación (he publicado muchas cosas mías), es sólo que me parece MUCHO más importante que el pensamiento de Peirce se conozca en el mundo hispano que se conozca el mío.

Hay un escrito de Peirce donde habla de la mentalidad del hombre en la época medieval. Dice: "Los hombres de esa época creían del todo y pensaban que valía la pena renunciar a todas las alegrías de la vida para dedicarse plenamente a su gran tarea de construir o escribir. Piensen en el espíritu con el que Duns Escoto, quien escribió sus trece volúmenes in folio, en un estilo tan condensado como las partes más condensadas de Aristóteles antes de los treinta y cuatro años, debía trabajar. No hay nada más asombroso en cualquiera de los grandes productos intelectuales de esa época que la total ausencia de engreimiento por parte del artista o del filósofo. Era inconcebible para él que pudiera añadirse algo de valor a su obra sagrada y católica incluyendo en ella un toque de individualidad. Su obra no está diseñada para encarnar sus ideas, sino la verdad universal; no habrá ninguna cosa en ella, por diminuta que sea, para la que no encuentren que él tenía su autoridad; y cualquier originalidad que emerja es de esa especie innata que satura a un hombre hasta tal punto que él mismo no la puede percibir. El individuo siente su propia insignificancia en comparación con su tarea y no se atreve a inmiscuir su vanidad en el trabajo."

Suscribo totalmente a lo que Peirce dice aquí. Podría dejarme llevar por el aliciente del estímluo económico del SNI pero comparado con estas palabras de Peirce sería una grosería.

En esta foto vemos a Peirce y su esposa en el jardín de su casa, 1908. Murió en 1914. En las últimas dos decadas de su vida Peirce vivía en la penuria y aislado del mundo académico. Sin embargo, y padeciendo una condición neurálgica que le causaba mucho dolor, escribía todos los días, principalmente sobre semiótica y su pragmatismo tardío. Cuando murió había producido un sistema de pensamiento que se compara, en su importancia, con los grandes pensadores de la tradición occidental. Es una obra y una vida que me inspira. Peirce se dedicó a una obra sagrada que se erige como una catedral en las alturas del pensamiento humano. Dejar todo eso a un lado y someterme al dictamen del SNI sería como la traición de Judas a Jesús por unas cuantas monedas.

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