jueves, 29 de noviembre de 2007

El Dalai Lama, jajajajaj


El Dalai Lama (al menos su decimocuarta reencarnación) es una de las personas que más admiro en este mundo o que más me sirve de modelo a seguir. Tiene muchas cualidades que llaman la atención, por ejemplo su equanimidad y actitud compasiva ante la opresión de China a los tibetanos, su dominio de la filosofía y espiritualidad budista, entre otras. Pero lo que más me llama la atención es que es un líder espiritual que se ríe. He visto muchos videos de él hablando y jamás he visto que pasen tres minutos en los que no se ríe. Jamás he escuchado al papa reírse ni a ningún otro líder espiritual. Todos tan serios, como si Dios les lanzara un rayo si contaran un chiste. La risa del Dalai Lama es como la célebre mantra "OM" que cantan los monjes en su meditación, pero más accesible y directo. La risa es una de las pocas cosas que conservamos más o menos intacto de nuestra juventud, un vestigio de nuestra inocencia y quizá de nuestra religiosidad natural. Pronto maduramos y las más de las veces nos corrompimos (Rousseau dice que el animal humano es el único animal capaz de convertirse en imbécil). Deberíamos cultivar, como el Dalai Lama, la risa de los niños. No es por nada que Jesús dice que hay que ser como niños para entrar al reino de su padre. En Así Habló Zaratustra Nietzsche habla de las tres transformaciones del espíritu. La última transformación es en un niño, precisamente por su inocencia de la cual la risa es una clara señal. La risa es una forma de manifestar, y hacer efectiva, nuestra conexión con los demás seres vivos. Quizá por eso los adultos tan solemnes se sienten tan solos.

La risa del Dalai Lama, más que la de los niños, me llena de alegría porque me enseña, como las estrellas de Mahuixtlan, la cara divina del cosmos.

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